Norman Fischer - No Saber es más Intimo

NO SABER ES MÁS ÍNTIMO

por Zoketsu Norman Fischer

(plática impartida el 21 de mayo del 2006, Headlands Institute)

Dizang le preguntó a Fayan: — ¿A dónde vas?

Fayan respondió: —En un peregrinaje.

Dizang volvió a preguntar: — ¿Cuál es el objetivo de peregrinar?

Fayan contestó: —No lo sé.

Dizang aseveró: —No saber es más íntimo.

Ésta es una de las más grandes historias didácticas de todo el Zen. Muchos maestros han hecho de la frase “no saber es más íntimo” el tuétano de sus enseñanzas y la han repetido una y otra vez. Pero, ¿qué significa y cómo podemos usarla para nuestras vidas?

Antes que nada, permítanme ir un poco hacia atrás y decir algo básico acerca de la práctica Zen: como solía enunciarlo uno de mis maestros: “el Zen es una práctica de frases”. La práctica de frases no se limita al Zen, es común en casi todas las tradiciones religiosas. Cuando los cristianos leen, memorizan y reflexionan sobre las escrituras o cuando los judíos o los musulmanes entonan sus oraciones diarias —cuyas palabras producen cierto efecto en su corazón y van más allá de su mente racional— todos ellos están poniendo en práctica frases. En el Zen practicamos con frases de la siguiente manera: tomamos una frase como “no saber es más íntimo” o simplemente “no saber”, y la traemos a nuestro cojín de meditación. Respiramos con ella mientras realizamos nuestra práctica, repitiéndola una y otra vez, normalmente al exhalar, eventualmente soltando las palabras y simplemente sintiendo la respiración como la frase. Nos repetimos la frase a lo largo del día y empezamos a notar que brota espontáneamente de vez en cuando. La frase se convierte en un tema para nuestra actividad cotidiana; comienza a influirnos, a hacer que los sucesos ordinarios y cotidianos alcancen un nivel más profundo y más misterioso. El punto no es pensar acerca de la frase, ni figurarse lo que significa. El punto es seguir masticándola, portándola como un talismán, hasta que de pronto o gradualmente se nos revele por sí sola. Al trabajar de este modo con una frase, vamos más allá de nuestra comprensión común de las cosas. No imponemos la frase como algo extra que le añadimos a nuestra experiencia. Más bien es como si la frase nos revelara la esencia interior de nuestra experiencia, que tal vez hayamos estado dando por sentado durante largo tiempo; la frase abre para nosotros lo que más importa, eso que ha estado ahí dentro de nosotros todo este tiempo, pero que no habíamos notado antes. La práctica de las frases nos acerca a nuestra vida de una manera más profunda, más cercana, por encima de nuestros hábitos y nociones que no hemos examinado.

En esta historia, Dizang no nada más está preguntándole a Fayan acerca de la peregrinación sino también acerca de la práctica espiritual y de la vida misma ya que la vida no es, después de todo, más que un peregrinar. ¿Cuál es su propósito? ¿Por qué nacemos, por qué morimos, por qué la vida es tan difícil, por qué siempre estamos anhelando algo más? ¿Qué es lo que realmente sabemos acerca de nuestra misteriosa y efímera experiencia? Y la respuesta de Fayan es bastante honesta. No sale llanamente con alguna respuesta piadosa budista, pese a que podemos estar seguros de que se sabe muchas respuestas de ese tipo. “No lo sé”, dice, honesta y humildemente, quizás esperando que Dizang, su maestro, arroje alguna luz al respecto. Pero Dizang dice, “No lo sé” es exactamente lo correcto. No lo sé es más íntimo. A Fayan lo ilumina la respuesta de Dizang; súbitamente reconoce, como suele hacerse en la práctica espiritual, que todo el tiempo ha tenido lo que necesitaba, sólo que no lo sabía. El camino está ahí justo bajo nuestros pies, y en cada hoja de hierba.

En Zen la palabra “intimidad” es sinónimo de “despertar” o “iluminación”. Para mí la palabra “intimidad” es mejor que estas otras. La iluminación, la realización o el despertar zen: todas estas palabras parecen implicar cierto estado mental o espiritual especial, cierta suerte de experiencia o conocimiento místico transformador que de algún modo nos llevará más allá de los problemas cotidianos hacia un plano más espiritual. La palabra intimidad es mejor. Suena a que en lugar de ir, de algún modo, más allá de nuestra experiencia, estamos acercándonos, yendo más profundo, siendo más amorosos con ella. Creo que intimidad expresa mejor la manera en que se siente la iluminación. Pero entonces, ¿cómo es que no saber es más íntimo?

Otro maestro zen dijo en alguna ocasión: “El camino es ancho y vasto, ¿cómo podría tratarse de saber o no saber? Saber es arrogante; no saber es estúpido; el camino va mucho más allá de ambas”. Esto nos dice que el no saber de Dizang es algo más y algo menos que la idea convencional de no saber, la cual implica que hay algo por saber, sólo que no hemos podido llegar a saberlo. Lástima por nosotros. Qué estúpidos somos. Probablemente alguien más listo que nosotros sepa y tal vez podamos aprender de él. Podemos tomar un curso de entrenamiento, mejorar nuestras habilidades y, quizá, con el tiempo, también nosotros sabremos. Y cuando sepamos, nosotros seremos los listos y podremos iniciar nuestro propio curso de entrenamiento y enseñarle a los demás. Entonces nos podemos sentir bien con nosotros mismos, al saber que somos mucho más listos que los demás. Mientras tanto, pretendemos que sabemos. Claro que sabemos. Somos gente madura del mundo, sabemos en abundancia. Pero muy adentro, en el fondo, sabemos que no sabemos. Lo que más importa se nos escapa por completo. Pero es demasiado para nosotros admitirlo, incluso ante nosotros mismos —ya no digamos ante alguien más—. Así pues, nos presentamos al trabajo o ante nuestras relaciones como si supiéramos. Representamos papeles, desplegamos identidades, habilidades, puntos de vista y los defendemos. De esta manera nos metemos en bastantes problemas.

El no saber de Dizang no es así. No es lo contrario del saber. Va más allá tanto de saber, como de no saber. O, dicho de otro modo, es el no saber real. Cuando sabemos algo y nos quedamos con ese saber, limitamos nuestra visión. Sólo veremos lo que nuestro saber nos permita ver. Puesto así, nuestra experiencia puede ser nuestro enemigo. Es cierto, nuestra experiencia nos ha mostrado algo acerca de nosotros mismos y de la vida. Pero este momento, esta situación que se nos presenta justo ahora —este paciente, esta persona, esta familia, esta enfermedad, esta tarea, este dolor o esta belleza— no la habíamos visto antes. ¿Qué es? ¿Cómo responder ante ella? No lo sé. Me inclino con reverencia ante la belleza y el carácter único de lo que enfrento. Al no saber, estoy listo para que ser sorprendido, listo para escuchar y comprender, listo para responder como sea necesario, listo para dejar que los otros respondan, listo para no hacer nada en absoluto, si es lo que se requiere. Puedo estar informado por mi experiencia pasada pero es mucho mejor si me encuentro listo y puedo permitirme soltarla, y sólo estar presente, sólo escuchar, sólo no saber. La experiencia, el conocimiento y la sabiduría son muy buenos, pero al examinar de cerca las cosas, puedo ver que me apartan de lo que tengo frente a mí. Cuando sé, me llevo a mí mismo hacia adelante, imponiéndome e imponiendo mi experiencia sobre este momento. Cuando no sé, dejo que la experiencia venga hacia adelante y se revele por sí misma. Cuando puedo dejar ir mi experiencia, conocimiento y sabiduría, puedo ser humilde frente a lo que es, y cuando soy humilde estoy listo para no tener miedo y ser íntimo de verdad. Puedo entrar en este momento, que es siempre una nueva relación, siempre fresco. Puedo dejar que me afecte lo que pasa, estando completamente comprometido y abierto a lo que la situación me mostrará.

Buena idea. Tal vez ya hemos oído hablar de ello. Pero ¿cómo ponerlo en práctica?, ¿cómo convertirlo en una manera de vivir más que en una buena idea a la que aspiramos pero que nunca alcanzamos, de modo que en lugar de sernos algo útil se convierte en otra forma, una forma más espiritual, de reprendernos a nosotros mismos?

Chizou ha dicho, en relación con la frase de Dizang: “Al caminar, al sentarse, sólo abrázate al momento antes de que surja algún pensamiento, míralo, y lo que verás es el no ver y, entonces, ponlo a un lado. Cuando diriges tu esfuerzo de esta manera, el descanso no interfiere con el estudio de la meditación, el estudio de la meditación no interfiere con el descanso”.

Esto es algo muy simple. Es la manera en la que practicamos la meditación, y cuando nos entrenamos a nosotros mismos de esta manera en nuestro cojín, se expande hacia nuestra vida cotidiana. Nos sentamos con conciencia de nuestro cuerpo, de la respiración. Dejamos que surjan los pensamientos y los sentimientos pero no los convertimos en algo más. Dejamos que vengan, los reconocemos, los dejamos ir. No los tomamos como algo personal, no nos enredamos en ello: un pensamiento que surge en la mente es sólo algo que está pasando, de la misma manera en que un pájaro cantando sobre un árbol o un camión rugiendo en la calle son cosas que están pasando. Toda la experiencia surge y desaparece, toda la experiencia es nosotros, nuestra vida. Cuando practicamos de esta manera los juicios empiezan a desvanecerse. Nos perdonamos a nosotros mismos por ser quienes somos. Naturalmente somos eso. Todo es tal y como es. No tenemos que dividir las cosas en mío y no-mío. En bueno y malo, deseable y no deseable. Sabemos que sí, éste es un pájaro, está allá afuera, éste es un pensamiento, está aquí adentro, pero también, al mismo tiempo, sabemos, fuera y dentro, es tan sólo la vida. Podemos decir: este impulso es bueno, este impulso es malo, pero también sabemos que todas las cosas surgen y desaparecen, de modo que está bien, todo tiene su lugar. Otro maestro ha dicho: “Sólo haz una afirmación contundente cuando afirmes, pero no te instales en la afirmación; sólo haz una negación contundente cuando niegues, pero no te instales en la negación”. Cuando te entrenas en estar presente y dejar que las cosas vengan y se vayan, te estás entrenando en no saber. Dentro del no saber tomamos determinaciones y realizamos acciones. Cada momento reclama una respuesta de nuestra parte y nosotros respondemos, libremente y con plena confianza. Algunas veces, se precisa afirmación, otras, negación. No hay reglas. Pero cualquiera que sea, no nos instalamos ahí. No nos identificamos ni cavamos ahí. Permanecemos en el no saber, listos para que el siguiente momento sea diferente. 

“Al caminar, al sentarse, sólo abrázate al momento antes de que surja algún pensamiento, míralo, y lo que verás es el no ver y, entonces, ponlo a un lado. Cuando diriges tu esfuerzo de esta manera, el descanso no interfiere con el estudio de la meditación, el estudio de la meditación no interfiere con el descanso”.

Todo impulso de pensamiento y acción proviene del no saber, ya sea que lo sepamos o no. En otras palabras, este mundo surge momento a momento del silencio, de la conciencia, de Dios, o de como quieran llamarlo. Cuando volvemos una y otra vez a la conciencia del cuerpo, de la respiración, al momento presente de estar vivos, regresamos a este momento anterior a la reflexión, este momento más allá del saber y del no saber de donde brotan todas las cosas. No es algo que podamos hacer con exactitud o siquiera intentarlo. Hacemos un esfuerzo, pero a fin de cuentas sucede por sí mismo: porque somos eso, y no hay otra manera. Todo el ser es eso. Todo el ser surge del silencio interior. Pero no nos instalamos en ello: porque no podemos. Tan pronto como intentamos instalarnos en ello, hemos creado otro momento de saber, otro momento de posesión e identidad que, con toda certeza, nos causará y causará a otros sufrimiento más adelante. De modo que apreciamos el casi inexistente momento previo a que las cosas surjan. Y luego seguimos moviéndonos. Lo ponemos a un lado. Lo dejamos ir. Volvemos a la intimidad, al no saber, a la sencilla voluntad de estar presente con lo que es. Sólo estar ahí, sin preconcepciones. Cuando practicamos de esta manera, la meditación y la no meditación son lo mismo. No tenemos que preocuparnos acerca de nuestro desempeño. Simplemente hacemos nuestro mejor esfuerzo y aceptamos las consecuencias.

Un poema que trata sobre el no saber de Dizang dice:

Sea corto o sea largo: deja de cortar y pegar;

Ya sea con lo alto, ya sea con lo bajo: se nivela solo.

La abundancia o la escasez de la casa se usan de acuerdo con la ocasión;

Vagando serenamente sobre la tierra, ir adonde sus pies la lleven.

Antes, mencioné que el volver al momento anterior a la reflexión no es algo que podamos hacer o intentar. Entonces es, simultáneamente, muy fácil e imposiblemente difícil. Fácil porque no hay nada que hacer: sólo perseverar en el esfuerzo, pero un esfuerzo tranquilo; sé persistente en tu práctica pero no te preocupes por nada. Pierde cuidado: conseguirás lo que necesitas y el camino se abrirá ante ti. Y difícil porque estamos tan convencidos de que tenemos que hacer algo, saber algo, ser algo que no somos, que seguimos dándonos de topes contra la pared. Pero no importa cuán duro nos peguemos, la pared sigue ahí y nos duele la cabeza. Porque no podemos evitar seguir siendo nosotros mismos, víctimas de nuestros hábitos y de nuestros conceptos. Es posible que tengamos que seguir dándonos de topes contra la pared durante algún tiempo —lo suficiente para llegar a entender que este tipo específico de dolor no es necesario, ni lo fue nunca, y que es muy estúpido—. Eventualmente lo captamos. No saber es más íntimo. Podemos saber algo o no saber algo. Debemos estudiar y aprender de modo que podamos saber más y, especialmente, de modo que podamos saber lo que no sabemos, y ser humildes al respecto. Todo mundo sabe algo y no sabe algo: esto es tan cierto para el sabio y poderoso como para el simple y analfabeta. Pero más allá de lo que sepamos y no sepamos está el “no saber es más íntimo” de Dizang. Estar cerca de nuestra experiencia, con la voluntad de entrarle por completo, con las manos vacías, a cada momento del encuentro, es algo a lo que debemos entregarnos. Algunas veces podemos hacerlo. Otras no. No importa. Lo que importa es que sigamos intentándolo, confiando en que lo que sucede es lo que tiene que pasar.

Hay otro comentario gracioso al no saber de Dizang que toma la forma de una conversación entre las partes de la cara. La boca le dice a la nariz: “Yo como. Yo hablo. ¿Qué podría ser más importante? Entonces, ¿por qué estás encima de mí?” y la nariz le dice, citando un antiguo proverbio chino: “Entre las cinco montañas, la central ocupa la posición honorable. Entonces, ¿por qué —prosigue la nariz, dirigiéndose a los ojos— ustedes están por encima de mí?” Y los ojos responden: “Somos como el sol y la luna, tenemos el poder de la iluminación y la reflexión. Pero la pregunta es, cejas, ¿por qué están encima de nosotros?” Las cejas no saben nada. No tienen poder alguno. No pueden comer, ni hablar, ni oler, ni ver, ni oír. Y, sin embargo, están en lo más alto. Ellas responden: “Nos apena estar encima de todos ustedes y no tenemos idea de por qué lo estamos”. Otro maestro, comentando esta conversación, dijo: “En los ojos se le llama ver, en los oídos se le llama oír ─ pero, ¿cómo se le llama en las cejas?” Luego, después de un largo silencio dijo: “En la aflicción nos condolemos juntos, en la felicidad nos regocijamos juntos. Todos saben la función útil, pero nadie aprecia el supremo poder de lo inútil”.

A mí esto me resulta muy bello. La vida es justo así, ¿no creen? Cuando la aflicción llega, nos lamentamos, pero no está tan mal, porque nos lamentamos juntos, íntimamente; hasta los árboles se ponen cabizbajos y las flores caen, y esta intimidad hace que la aflicción sea dolorosa y bella. Cuando la felicidad llega, nos regocijamos, pero no tenemos que sentirnos culpables o preocupados de que de alguna manera perderemos nuestra felicidad, porque no es nuestra, somos felices íntimamente junto a todos y todo lo demás. Si estamos dispuestos a llorar junto con todo entonces podemos ser felices junto con todo sin vacilar. Sabemos que la felicidad no durará, que se irá, volverá, se irá otra vez, volverá otra vez. Pero está bien. ¿Cómo podría ser de otra manera? Hay un sitio para la función útil, para saber, para aprender, para la habilidad. Sin los ojos, la nariz y la boca el mundo tal y como lo conocemos no aparecería. Pero sin la función inútil, sin el no saber, el mundo nunca sería. Practicar “no saber es más cercano” es regresar a las entrañas del mundo, momento a momento. Las cejas son muy humildes; no saben nada y no hacen nada. Pero están en lo más alto.

Trad. de Irlanda Villegas